El
verbo yucateco tamular y sus conjugaciones (tamulaste, tamulado, tamuló), no existe
en el monárquico Diccionario de la Real Academia Española de la lengua, y no
está registrado en el Diccionario Panhispánico de Dudas, lo que significa que
ni es panhispánico, ni saca de dudas en este caso.
Me parece muy peculiar que este
verbo, al contrario del verbo anolar, que sí registra el monárquico lexicón, no
aparezca registrado ni en el Panhispánico de Dudas, lo cual deja muy mal
parados a escritores y académicos de la lengua en Yucatán, que no hacen bien su
trabajo para dignificar el idioma de nuestros mayores.
Y es que este verbo, que no se puede
dejar de decir en las cocinas yucatecas, y que entienden muy bien los peninsulares
que alguna vez en su vida han deseado preparar un chile tamulado o un “chiltomate”
(no necesito decir, desde luego, que tampoco el chiltomate está registrado), es
una palabra que lleva implícita el exquisito sabor y olor de la comida yucateca:
se tamulan tomates, ajos, pimientas, “recados” rojos y negros, habaneros y
tantos ingredientes en el molcajete, para que se haga una pasta y se haga una
salsa y se anolen todos los dedos del alma.
Amaro Gamboa, estudioso del léxico
yucateco, escritor erótico y enamorado de la tierra de sus mayores, en sus
siempre citables trabajos sobre el uayeismo
(es decir, el habla característica del yucateco, modernizado con la
disonante palabreja o palabrucha del yucatequismo) dice que el verbo tamular es
un nahuatlismo, cosa rara, pues en la región central de México, de donde se
escuchaba hace tiempo el náhuatl de la Conquista, no se usa, y yo en varias
ocasiones me he tenido que detener en mi diálogo para explicar a mis escuchas qué
es a lo que me refiero cuando digo que hay que tamular el chile después de
dorarlos en el comal.
Miguel Güémez Pineda, otro estudioso
de los yucatequismos, acota que del tla-mulli
náhuatl se originó esta palabra, ya en desuso en el centro del país, como antes
he dicho. Tamular significa “machacar o triturar en el molcajete o mortero los
chiles y otros ingredientes de la salsa del mole”, y, según Güémez Pineda, también
es un verbo común de la selvática región palustre de Tabasco, y si no hay
registros hasta ahora en los lexicones de los emperifollados académicos monárquicos,
sí aparece registrada en el Diccionario de Mejicanismos de Santamaría, desde el
remoto año de 1959.[1]
Como vemos, la lejanía de la
Península y su casi insularidad del centro del país hasta buena parte del siglo
XX, desde luego que implicó algunas pervivencias lexicales del idioma español
que se habla actualmente en Yucatán: al mismo tiempo que las influencias
antillanas, cubanas, inglesas, galas y, desde luego, la ubicuidad y reciedumbre
del maya, dieron como resultado un español yucateco que no sólo se caracteriza
por esa cadencia romántica sino por su variopinta riqueza del lenguaje, y por
sus vocablos de otros tiempos: albarrada, apesgar, tamular, son palabras
ínsulas que recuerdan nuestro antiguo separatismo.
Aquí, me atrevo a decir, en esta
enorme y luenga península, algunos vocablos no envejecen, otros, se resisten a
morir.
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