domingo, 23 de agosto de 2015

Mis tres Ítacas




Las ciudades, mis diversas Ítacas que descansan en las ruinas,
no me dejan, no se van,
yo las dejo, yo me voy primero de ellas,
ellas se olvidan de mi,
pero en mi ningún recuerdo
queda, ningún recuerdo subsiste,
sólo estas ruinas pregonando los días clausurados,
el laberinto sonoro de mis ciudades perdidas.
Ya no logro recordar el primer albor
de mi primera ciudad, de mi primera aldea
El olor de sus lluvias torrenciales
se han disipado con los años de sequía,
El sueño de mi abuelo
y la casa de mis padres
sólo el edén subvertido lo define.
la novia de pueblo, mi ciudad primera,
dejada a los 18 años
al subir al “mayab”
de segunda y largarme hacia coños yo no sé,
hacia un horizonte menos feliz sin mis padres,
leyendo Simbad el varado de Owen
mientras el Mayab recorría la jungla oriental
de esta península de piedra
y yo recordaba el rostro de mi madre
y tenía miedo a lo que vendría luego
sin la tranquilidad de esos días de mi primera juventud


En esa segunda ciudad,
para contrarrestar las tardes y sus soledades y la orfandad presente,
Me labré un destino en la lectura sosegada,
y viví pidiendo posada de lector
entre la Roja Gómez y la Biblioteca del ISSTE
acallando y golpeando las soledades reptantes
con la vana y vacua poesía.
Leí hasta el hartazgo
las olas mulatas de esa bahía sin esperanza,
y escribí el nombre de mi primera ciudad convertida
en mi segunda ciudad
a cada paso de parque de los caimanes que fumaba,
por cada boulevard recorrido en que  retuve la armonía dislocada
y brindé mis versos de nadie con cada lata de cervezas vacías:

Un Dios ha sido demolido
en la actual maravilla del mundo
sangre y colillas  en el aire sucio de este pueblo
un Dios ha sido consumido
Yo velo este cansancio
Esta luz en hilachas,
amarga y desnuda como un pedazo de luna

Los dos cuartetos de años chetumaleños
dejaron en rehenes unos cuantos versos que guardan el sueño de los justos
Y de vez en vez salen a pedir su ración de muerte diaria.
Pero el destino o los dioses no me tenían reservado
la querencia y la raíz en esa ciudad.
Y a la Mérida, la Mérida de nadie,
llegué a hacerme docto y a golpearme en la historia.
Mía fue esta ciudad tercera, recorrida y navegada, amada y des-odiada,
En sus calles encontré la esperanza y volví de nuevo a convencerme de que la luna cantaba con un son parecido al canto de mi gente.
Mérida fue mi cura de mi segunda ciudad,
sus archivos y sus mujeres,
el camino para deshacerme
de la mancha de tinta que crecía como una X cancerígena en la frente.
Pero igual esa querencia no era para mí.
Exiliado de Mérida, intento reconstruir mis ciudades perdidas
En la escritura donde me encuentro ahora.
Dios ha proveído esta ciudad,
tal vez mañana emprendamos el viaje nuevamente.


viernes, 21 de agosto de 2015

HABLA UN EX CORRECTOR DE REDACCIÓN DEL DIARIO DE QUINTANA ROO




Para terminar una licenciatura en derecho, incurrí en el delito de trabajar en el Diario de Quintana Roo porque mi estancia en Chetumal se me hacía insostenible. Le pedí trabajo a un tal Agustín Vega, un meridano que tragaba como loco y fumaba como loco y era un loco y un enfermo que se vestía de blanco.
Se me dio el trabajo, cumplí de 5 a 12 y hasta las 2 de la madrugada, y agarré el hábito de fumar como chacuaco y tomar café para sobrevivir un frío demoledor de un aire acondicionado que producía escarcha.
Antes de mi experiencia como corrector de todas las notas mal escritas por los disléxicos saraguatos reporterillos chetumaleños, yo tenía una idea muy romántica y justiciera del periodismo, la sigo teniendo, pero cuando me enfrenté a la realidad negra del "periodismo quintanarroense", no miento, vomité ese día a la bahía de aguas calmosas chetumaleñas, todas las comidas que en mi vida había probado. Sentí el estómago y el alma revueltos en un puchero de fastidio al comprobar el cáncer periodístico llamado Diario de Quintana Roo.
Y es que el nivel de imbecilización de ese diario (la verracada reporteril que cundía ahí, la debilidad o complacencia de las notas creadas, el nivel de corrupción chayotera, las líneas de arriba que no se pueden tocar, las llamadas de un gordo funcionario para pintar y maquillar bien una nota, las compras a raudales de ese diario por un funcionario que desviaba recursos para subir de raiting, las crónicas enfermas del cronista de esa ciudad inventada, la falta de poesía y la falta de verdad y la completa falta seriedad), fue un golpe duro para mi poca capacidad de aguante del cinismo que veía: hicieron que me largara para siempre del periodismo, porque yo quería ser periodista, ya dije, considerándolo como "el oficio más pinche" y más chingón, según frase que alguna vez leí de Taibo II.

Pasé, entonces, a mejor buscar caminos más recoletos en la historia, que aunque enlodada por los egos, es sana como la hembra de más amplio caderamen de mi pueblo. Es por eso que me sorprende ver, desde otra óptica y desde una distancia temporal, intelectual, afectiva, geográfica y psicológica, que la porqueriza que vi hace casi una década en ese Diario mulo de Quintana Roo, esa porqueriza corrupta como su universidad, donde nadan a gusto el 90 por ciento de los periodistas de Quintana Roo, no ha cambiado mucho. Los mulos siguen ahí aunque ese estado ha cambiado o quiere un cambio.

miércoles, 19 de agosto de 2015

La danza de los Wáay




El Wáay k'éek'en, fotografía tomada del muro de Facebook de José Ic Xec.

A José Natividad Ic Xec, wáay actor de teatro.

Hoy el terrible Wáay k'éek'en
que en la lengua extraña de esta tierra
es el chamán cabeza de cochino,
danzó de nuevo
la danza eterna de los wáayes yucatecos.
Danzó
al compás de los arpegios
de las noches unánimes de los pueblos,
de esos pueblos callados
que dan la bienvenida al caminante
con sus entradas como sombrillas de flamboyanes,
de esos pueblos yucatecos
cargados con todos los presagios
en sus cuatro cabos donde las cruces
de los báalam kaaj guardianes
cuidan a los pueblerinos de las acechanzas
de los malos vientos del monte.
En el centro de esta Villa polvosa,
en la plazuela rodeada
de los fantasmas de los almendrones,
con su iglesia dieciochesca
y su mustio palacio municipal,
la conjura de los wáayes
comienza a las doce de la noche
mientras los viejos ven sus últimas estrellas
y los amantes se desgarran de deseo.
En el centro de esta Villa polvosa,
lugar donde la nada sucede,
la conjura de los wáayes

comienza a las doce de la noche.

Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca. Segundo tiempo

Mapa del Cacicazgo de Maní, Museo Peabody, Harvard, en Historia cartográfica de Antochiw.


El 5 de agosto de 2015, publiqué en mi blog Desde la Península…ylas inmediaciones de mi hamaca, lo que puede ser considerado el último artículo de ese sitio, que lo tuve en activo durante más de 7 años (2008-2015). Hace dos días solamente, una modificación sufrida a mi vieja y desportillada computadora portátil, me hizo perder la contraseña de un correo de gmail con el que accedía al blog. He hecho todo lo humanamente posible por acordarme de ese juego de palabras que me servía de contraseña, pero todo ha sido en vano, no existe manera alguna de recuperar la clave maestra, y mi anterior blog se ha convertido en una especie de agujero negro donde gravita toda mi historia biográfica y bibliográfica personal, y en donde los recuerdos se aglutinan para morir silenciosos, en la más completa desolación de la materia negra del no recordar el perdido anagrama.
            Como el vicio de la escritura en mí es más fuerte que cualquier querencia virtual, hoy he decidido dar a la estampa del mundanal mundo de la internet, y a imitación de aquellos hombres que les ponen el nombre de los difuntos a los vivos para tratar simbólicamente de luchar contra el olvido, este nuevo blog bautizado con el mismo nombre del blog anterior, pero sin los puntos suspensivos.
            Como afirmaba en la anterior bitácora donde analicé, durante más de un lustro, todas las temáticas, ideas, hechos históricos y obsesiones que me martillaron en una ocasión el cerebro, en ya más de tres décadas he recorrido “todas las sendas de las pasiones humanas. A los cinco años supe que el mundo era atroz. A los 10 dejé de creer que mi padre era inmortal. Como Emerson, desde los 13 no he tenido vida sino bibliografía y uno que otro desfiguro con la otredad femenina. Creo en Marx, pero considero que el hueso duro de roer, del mexicano, el viejo Paz lo descifró de forma insuperable, al decir que todos somos unos hijos de la chingada”.
            Desde luego, seguro de mi nada y de mi muerte, nada me conmueve tanto sino el seguir escribiendo y leyendo contra viento y marea...Ah!, y se me olvidaba, igual me conmueve escribirle versos a la memoria de Amparito Ochoa.
            Este año, previendo al parecer de forma tácita el destino final de mi blog, decidí hacer una selección de los textos que considero que podrían pasar la crítica literaria y ser dignos de darse a la estampa en forma de libro. Tengo un manuscrito de 416 páginas que esperan el favor de los censores literarios del Sedeculta, con los artículos, ensayos, cuentos, poemas, crónicas y disquisiciones, elucubraciones y polémicas historiográficas, en el que hago una breve historia de ese blog agujero negro. Transcribo el texto con el que doy por finalizado mi maridaje con el blog anterior, para acto seguido embarcarme en este nuevo sitio escritural.

Historia de un bloguero[1]

El 21 de junio de 2008 creé un blog o bitácora en línea desde un “ciber” de mi pueblo natal, la Villa de Peto, al sur del abrazante Yucatán. La idea de crear un blog surgió desde el primer momento en que tuve frente a mí a mi primera computadora personal portátil. Un año antes, en 2007, debido a unas cuitas amorosas que no vienen al caso recordar, había creado mi primer correo electrónico, y para antes de esa fecha me jactaba de mi espíritu libresco y de mi crasa ignorancia en “cosas de tecnología”. Si hasta 2002 yo seguía utilizando una vieja máquina de escribir Olivetti, de 2002 a 2007, años en que cursé, con sumo aburrimiento, unas clases olvidadas de derecho, un bolígrafo y un muñón zurdo llenaron libretas tras libretas con los apuntes de mis solitarias lecturas que hice en tres bibliotecas chetumaleñas, y a las computadoras las trataba de vez en vez, como si fueran mujeres galantes de la calle de las caricias.
            Pero aquel 21 de junio de 2008, un sábado caluroso, había llegado en la mañana a ese ciber con la intención de armar un blog que me sirviera como botella al mar para tratar de conquistar, con relampagueantes palabras, a una altiva musa lejana (con el correr del tiempo, me olvidé de la musa pero no así de seguir tecleando y engordando el blog). Meses atrás, leyendo un texto de historia, había escrito con muchas imperfecciones de estilo e historiográficas, la primera entrada que aparecería en mi bitácora: “Esto es Yucatán”. Si algo rescatable ha de haber en aquella primera vez en que subí a internet un escrito mío, es en esta frase que sigo creyendo a pie juntillas: “todo yucateco es una isla, y no hay puente ni barco que nos una con cualquier continente en las lejanías posibles”.
            El blog ya estaba armado, ya tenía un password para comenzar a publicar cuanto antes y desfacer entuertos mediante la vindicta escritural, y mal hablar de reputaciones dudosas y seducir a las viudas, pero faltaba un nombre que fuese representativo de mis temas a tratar, y de la geografía desde donde escribía. Y así, después de muchos nombres que formé, borré, quité, añadí, pergeñé y volví a formar y a emborronar, al fin le vine a bautizar Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, nombre a mi parecer, sonoro y significativo, pues la mayor parte de mis lecturas las he realizado, literal, tendido en una hamaca.[2] Acto seguido, el primer pinchazo con que ponía en movimiento la máquina virtual, hizo que me conmueva como tierno infante, pues ahí veía, en el mundanal mundo de la internet, mi primer escrito que no pedía favores a censores algunos ni se restringía a implorar espacios en donde no cabían mis textos por obscenos o poco ortodoxos con el dogma. Desde aquella primera entrada hasta enero de 2010, comencé a publicar algunos textos míos y textos leídos en otros portales (generalmente, de periódicos en línea): desde la crónica de la última tarde de un famoso toro “matrero” muerto en un tablado polvoso de Homún, hasta tocar temas de política internacional, nacional y local, y de vez en cuando subir poemitas y uno que otro cuento mal escrito. Pero el 3 de enero de 2010, al frío que hacía en la Villa de Peto, se aunó la soledad reptante, la lejana presencia de alguien, y la idea cierta de que no valía la pena escribir tratados de política y declaraciones de protesta pues el perro mundo seguiría, despiadado e indiferente, su curso. Convencido, escribí que el blog se cerraba de forma definitiva, pues, para esa fecha, pensaba que ya no había “entuertos que deshacer, ni nada que rehacer, ni mesalinas que poetizar”, y que “lo demás es silencio, como dijo Hamlet, y el mundo y la humanidad seguirán su despiadado curso inhumano”.
            Más tarde de lo que canta el gallo del nuevo día, me llegó la noticia de que en Quintana Roo había hecho acto de presencia supuestamente un grupo guerrillero, y eso ameritaba volver por segunda vez, siguiendo las enseñanzas de el Caballero de la Triste Figura, a ceñir la pluma y el teclado en ristre y volver a los antiguos campos de la escritura desde la Península. Tal vez haya sido un error seguir escribiendo, pero en un solo día subí dos trabajos: uno que tocaba esa supuesta guerrilla, y un poema escrito al saber la tragedia que para ese enero de 2010, había oscurecido al pueblo de Haití:

¿Qué hizo este país para merecer tanta desgracia junta?
se preguntaba Rody Batista, haitiano de 80 años.
¿Dónde estabas
cuando los dictadores asesinos secundados por el yanqui,
como Duvalier, el Papa Doc de los carniceros,
encarcelaban a mi pueblo?
Hambres que se escuchan desde hace siglos en las piedras,
pandemias que segan la vida a los abuelos,
huracanes que hacen sufrir al palmero,
¿Dónde estabas?
Esa ha sido la historia de los más desprotegidos de América,
los primeros en independizarse y los primeros en todo:
en la muerte y la tristeza de la esperanza.
Y ahora esto, esta crueldad de la naturaleza,
asombrosamente despiadada,
parecida a un genocidio del alba.
¿En dónde estabas, creador de la nada,
cuando vino el sismo y se llevó la vida de mi pueblo?

De 2010 hasta casi todo 2011, los temas del blog trataban cuestiones distintas a los temas que abordo en este libro, pero a partir del año 2012, comencé una nueva fase en mis intereses tanto lecturales como escriturales, impulsado tal vez por las enseñanzas que estaba aprendiendo en un doctorado en historia. Ejemplos de esta vuelta en u es el ensayo El Canek de Ermilo Abreu Gómez, que fue originariamente un trabajo para pasar una materia. Buena parte de los textos que presento tratan temas sobre la Guerra de Castas, el chicle y cuestiones del sur de Yucatán, precisamente porque de 2012 y, sobre todo, 2013, me encontraba afiebrado escribiendo capítulos de mi tesis doctoral y casi viviendo en archivos y bibliotecas meridanas. Sin embargo, en este texto[3] hay igual reseñas de libros que me parecieron interesantes apuntar, como trabajos de Terry Rugeley, de Ana Patricia Martínez Huchim, o del historiador Felipe Escalante Tió. Igualmente, incurro en la crítica literaria al rescatar un viejo artículo sobre la poesía del poeta chetumaleño, Javier España, así como analizo (sin ser el primero) la estancia de Octavio Paz en Yucatán. De igual modo, presento algunos cuentos y relatos, dos que tres poemas de circunstancias diversas, y unas crónicas escritas gracias a la lectura de los periódicos antiguos. En diversos textos, toco sucesos acaecidos a una Villa al sur de Yucatán con sus pueblos, y doy a conocer algunas historias orales de esa región sobre la Guerra de Castas, el periodo del chicle y la revolución en Yucatán.
            Como he dicho en reiteradas veces, mis textos de historia regional, o mis opiniones sobre la historia de la Península, no se entienden sin el interés literario que les doy a los hechos pasados. Para terminar, no necesito escribir, en estas líneas, que soy un historiador tránsfuga de la poesía que no puede vivir en otro lugar que no sea la Península de Yucatán, y que siempre escribo desde las inmediaciones de mi hamaca.





[1][1] Introducción a un posible libro mío llamado Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca.
[2] Hubo un tiempo en que el blog se llamó “Que quede constancia” (de fines de 2011 y buena parte de 2012). Sin embargo, para octubre de 2012 volví a ponerle Desde la península y le anexé la leyenda siguiente: “En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges dice que la historia no es lo que sucedió, es lo que juzgamos que sucedió”.

[3] Me refiero al manuscrito precitado.