viernes, 21 de agosto de 2015

HABLA UN EX CORRECTOR DE REDACCIÓN DEL DIARIO DE QUINTANA ROO




Para terminar una licenciatura en derecho, incurrí en el delito de trabajar en el Diario de Quintana Roo porque mi estancia en Chetumal se me hacía insostenible. Le pedí trabajo a un tal Agustín Vega, un meridano que tragaba como loco y fumaba como loco y era un loco y un enfermo que se vestía de blanco.
Se me dio el trabajo, cumplí de 5 a 12 y hasta las 2 de la madrugada, y agarré el hábito de fumar como chacuaco y tomar café para sobrevivir un frío demoledor de un aire acondicionado que producía escarcha.
Antes de mi experiencia como corrector de todas las notas mal escritas por los disléxicos saraguatos reporterillos chetumaleños, yo tenía una idea muy romántica y justiciera del periodismo, la sigo teniendo, pero cuando me enfrenté a la realidad negra del "periodismo quintanarroense", no miento, vomité ese día a la bahía de aguas calmosas chetumaleñas, todas las comidas que en mi vida había probado. Sentí el estómago y el alma revueltos en un puchero de fastidio al comprobar el cáncer periodístico llamado Diario de Quintana Roo.
Y es que el nivel de imbecilización de ese diario (la verracada reporteril que cundía ahí, la debilidad o complacencia de las notas creadas, el nivel de corrupción chayotera, las líneas de arriba que no se pueden tocar, las llamadas de un gordo funcionario para pintar y maquillar bien una nota, las compras a raudales de ese diario por un funcionario que desviaba recursos para subir de raiting, las crónicas enfermas del cronista de esa ciudad inventada, la falta de poesía y la falta de verdad y la completa falta seriedad), fue un golpe duro para mi poca capacidad de aguante del cinismo que veía: hicieron que me largara para siempre del periodismo, porque yo quería ser periodista, ya dije, considerándolo como "el oficio más pinche" y más chingón, según frase que alguna vez leí de Taibo II.

Pasé, entonces, a mejor buscar caminos más recoletos en la historia, que aunque enlodada por los egos, es sana como la hembra de más amplio caderamen de mi pueblo. Es por eso que me sorprende ver, desde otra óptica y desde una distancia temporal, intelectual, afectiva, geográfica y psicológica, que la porqueriza que vi hace casi una década en ese Diario mulo de Quintana Roo, esa porqueriza corrupta como su universidad, donde nadan a gusto el 90 por ciento de los periodistas de Quintana Roo, no ha cambiado mucho. Los mulos siguen ahí aunque ese estado ha cambiado o quiere un cambio.

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