Las ciudades, mis diversas Ítacas que descansan en
las ruinas,
no me dejan, no se van,
yo las dejo, yo me voy primero de ellas,
ellas se olvidan de mi,
pero en mi ningún recuerdo
queda, ningún recuerdo subsiste,
sólo estas ruinas pregonando los días clausurados,
el laberinto sonoro de mis ciudades perdidas.
Ya no logro recordar el primer albor
de mi primera ciudad, de mi primera aldea
El olor de sus lluvias torrenciales
se han disipado con los años de sequía,
El sueño de mi abuelo
y la casa de mis padres
sólo el edén subvertido lo define.
la novia de pueblo, mi ciudad primera,
dejada a los 18 años
al subir al “mayab”
de segunda y largarme hacia coños yo no sé,
hacia un horizonte menos feliz sin mis padres,
leyendo Simbad
el varado de Owen
mientras el Mayab recorría la jungla oriental
de esta península de piedra
y yo recordaba el rostro de mi madre
y tenía miedo a lo que vendría luego
sin la tranquilidad de esos días de mi primera juventud
En esa segunda ciudad,
para contrarrestar las tardes y sus soledades y la
orfandad presente,
Me labré un destino en la lectura sosegada,
y viví pidiendo posada de lector
entre la Roja Gómez y la Biblioteca del ISSTE
acallando y golpeando las soledades reptantes
con la vana y vacua poesía.
Leí hasta el hartazgo
las olas mulatas de esa bahía sin esperanza,
y escribí el nombre de mi primera ciudad convertida
en mi segunda ciudad
a cada paso de parque de los caimanes que fumaba,
por cada boulevard recorrido en que retuve la armonía dislocada
y brindé mis versos de nadie con cada lata de
cervezas vacías:
Un Dios ha sido demolido
en la actual maravilla del mundo
sangre y colillas
en el aire sucio de este pueblo
un Dios ha sido consumido
Yo velo este cansancio
Esta luz en hilachas,
amarga y desnuda como un pedazo de luna
Los dos cuartetos de años chetumaleños
dejaron en rehenes unos cuantos versos que guardan
el sueño de los justos
Y de vez en vez salen a pedir su ración de muerte
diaria.
Pero el destino o los dioses no me tenían reservado
la querencia y la raíz en esa ciudad.
Y a la Mérida, la Mérida de nadie,
llegué a hacerme docto y a golpearme en la historia.
Mía fue esta ciudad tercera, recorrida y navegada,
amada y des-odiada,
En sus calles encontré la esperanza y volví de nuevo
a convencerme de que la luna cantaba con un son parecido al canto de mi gente.
Mérida fue mi cura de mi segunda ciudad,
sus archivos y sus mujeres,
el camino para deshacerme
de la mancha de tinta que crecía como una X cancerígena
en la frente.
Pero igual esa querencia no era para mí.
Exiliado de Mérida, intento reconstruir mis ciudades
perdidas
En la escritura donde me encuentro ahora.
Dios ha proveído esta ciudad,
tal vez mañana emprendamos el viaje nuevamente.
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