En una entrevista concedida a El País,
el antropólogo mexicano de origen catalán, Roger Bartra, señaló unas ideas
que pueden servir para borronear un somero perfil –o más preciso, una interpretación
individual- de la cuestión étnica actual en el estado mexicano de Quintana Roo.
Recordemos que Bartra, desde el primer momento en que las modas por los “derechos
indígenas” cundieron en el país a partir del 1 de enero de 1994, se declaró un
crítico sistemático de esas fiebres tercianas que las “sanguijuelas de la
identidad” (entre los que destacan, antropólogos, intelectuales indígenas y
merolicos de todos los colores) proclamaron a voz en cuello. Sobre los derechos indígenas, Bartra apuntó que:
Al abordar el tema de los
sistemas normativos étnicos quiero exponer la idea de que su carácter “indígena”
es en muchos casos la transposición (real o imaginaria) de formas coloniales de
dominación. Es decir, ciertos rasgos propios de la estructura colonial española
han sido elevados a la categoría de elementos normativos indígenas (con
peculiaridades étnicas prehispánicas). En muchos casos, estos rasgos supuestamente
indígenas han sido exagerados enormemente o, incluso, han existido sólo en la
mente de algunos funcionarios, políticos o intelectuales. Asistimos con
frecuencia a la erección de versiones colonialoides de la realidad india, tan
exóticas como el sanguinario guerrero ecuestre guaicurú o el valiente piel roja
ululante de la mitología indigenista.[1]
No necesito expresar mis objeciones a esta cláusula de Bartra, las cuales
he apuntado en la tesis precitada. En lo que quiero hacer énfasis es en la idea que Bartra
sostiene, así como investigaciones regionales han planteado: la idea de la pérdida
de la indianidad, o las ruinas étnicas del México profundo remontando
multiculturalismos y globalizaciones persistentes en “un mundo desbocado”, como
sostiene Giddens.
En dicha entrevista, Bartra define a
México como “un país lleno de contradicciones, de
estratos antiguos que coexisten con formas modernas y hasta posmodernas, un
conglomerado caótico de distintas épocas…El capitalismo tardío está sufriendo
importantes mutaciones. La modernidad está mutando y no sabemos hacia dónde. La
globalización es una globalización llena de grietas, y eso se padece especialmente
en América Latina, donde partes de la sociedad viven inmersas en la
posmodernidad y otras continúan en otro siglo”.[2]
No podemos concebir, no cabe en la imaginación, hacer un paralelismo entre el
Guerrero Bronco, el Guerrero con altos índices de pobreza y marginación social,
el Guerrero de las matazones de estudiantes normalistas y desapariciones
forzadas llevadas a cabo por grupos delincuenciales y que desembocan en el
afantasmamiento de comunidades enteras;[3]
con el crecimiento exponencial de la economía del “tigre mexicano”, Querétaro;[4]
o con la tranquilidad relativa que existe en Campeche o Yucatán. Hace mucho
tiempo que Lesley Bird Simpson acuñó la frase “Muchos Mexicos” para referirse a
este país cruzado por sierras, volcanes, selvas, desiertos, penínsulas extrañas
y etnicidades en fuga, que hacen de México una nación puzzle sólo unificada por el homogeneizante discurso del poder
central.[5]
Otra idea que puede generar polémica entre ciertos defensores a ultranza de
la indianidad inmóvil, es la siguiente respuesta que Bartra dio a la pregunta
de a dónde queda la cuestión indígena en México, cuestión que tuvo sus momentos
estelares en 1994, en 1996 y en el 2001, y que actualmente se difumina en el
cerrado círculo de los comprometidos con la cuestión, se deforma en la inquina
ignorancia del gobierno actual, y se silencia con las ráfagas de la narcoviolencia:
En México la población indígena ha sido aniquilada,
destrozada, mutilada. Ya son como ruinas étnicas, igual que se habla de ruinas
arqueológicas. Es un país que exalta la simbología de lo indígena en el Museo
Nacional de Antropología y a la vez ha dejado a los indígenas reales en proceso
de disolución.[6]
¿Ruinas étnicas? Desde luego que esta frase es polémica, aunque hay que
tener presente que las ruinas étnicas corren cerca de la ya clásica crisis de
la antropología mexicana y el fin de los paradigmas propuestos por el INI
histórico; esto es más presente que nunca. El paradigma del INI histórico se
confronta actualmente con el hecho de que ya no hay “indios” que estudiar, o
que los indios –y la grave desindianidad inter-generacional que ocurre
actualmente- no quieren ser “objetos de estudio” y se vuelven sujetos de
estudio, aunque la antropología occidental designe esta postura crítica como “el
punto de vista del nativo”, o bien, escorada a la izquierda, la designe con el
rimbombante eslogan de las “epistemologías del sur” y sus antropologías
surianas.[7]
En Quintana Roo, soy pesimista, el
turismo caníbal ha tendido todas las trampas para la disolución completa de la
etnicidad, reduciéndola a folklor mal entendido, a una marca vendible al
turista blanco (la mayanidad), y en donde las cotas de desbarajuste
socio-económico entre "la zona maya" (centro de Quintana Roo, Lázaro
Cárdenas) y la zona norte turística, han configurado eso que dice Roger Bartra:
La etnicidad en ruinas y las distintas modernidades habidas entre la ruralidad
alrededor de Felipe Carrillo Puerto, y la sobremodernidad existente en la zona
norte del estado. Estudios recientes al respecto, han puesto los focos rojos y
han previsto, tal vez de forma más pesimista aunque no errada, el mundo maya
que desaparece.[8]
Es decir, mientras en Quintana Roo, unos
son hasta postmodernos, otros no llegan ni al siglo XIX si a términos de salud,
bienestar, educación o tecnología hablamos. A pesar de discursos creados por una
pujante e inquieta mayanidad profesional en el centro de Quintana Roo (de las
canciones de Pat Boy hasta los versos
de Wildernain Villegas Carrillo, así como la puesta en circulación de un periódico
bilingüe, La Jornada Maya, o la estructuración de un canon gramatical para el
idioma maya yucateco), la pérdida y las ruinas étnicas no se pueden negar.
En 1977, un lejano año ya, dos antropólogos argentinos, Miguel Alberto
Bartolomé y Alicia Barabas, sacaron un libro ya clásico, donde se profundizaba
en los pareceres de Alfonso Villa Rojas sobre “la gran transformación ocurrida
en el centro de Quintana Roo de 1935 a 1977[9];
esta “gran transformación”, en realidad radicaba en el brutal y continuo ataque
que los órganos del Estado en la zona (desde la escuela, el INI histórico, el
sistema municipal y las leyes estatales, sin qué decir del turismo) comenzaban
a implementar. Más de medio cuarto de siglo, las condiciones son difíciles en
ese estado para la cultura “derelicta” maya, aunque no niego que se da un
proceso de culturalización del movimiento indígena en esa región, una
culturalización que defiende la identidad promovida hasta por los órganos
estatales, a cambio del descafeinamiento de propuestas políticas más radicales.
Es decir, en palabras de Charles Hale, “el indio permitido” es el indio que
folkloriza y culturaliza tenuemente. El “indio no permitido”, es el que
cuestiona, critica, propone otra alternativa de poder. No necesito decir, que
los derechos indígenas, en Quintana Roo, se reducen a una cómoda simulación de
derechos, o cuanto más, a unos derechos, no indígenas, sino indigenistas.[10]
Y esto lo podemos ejemplificar en un
caso paradigmático: mientras que tanto en Yucatán como en Quintana Roo, el CDI
promueve el "rap maya" y se da cobertura a las canciones de Pat Boy (algunas de ellas,
contestatarias y críticas del marasmo democrático actual) y se le pide su
presencia en el rito étnico de una mayanidad impostada en el FIC Maya (este el
caso del indio permitido en Yucatán), otras posturas radicales y cuestionadoras
de la mentira política y la rapiña como forma de gobierno, son acalladas,
ninguneadas, burladas y, en casos brutales, encarceladas por nueve meses. No
necesito decir que este es el caso de Pedro Canché.
Pero entre las ruinas étnicas, las
simulaciones de derechos y la folklorizacion de la cuestión étnica, las
rebeldías salen a flote, Pedro Canché hace periodismo, y su trabajo mueve los
cimientos de la mentira estatal.
[1] Bartra,
citado en mi tesis de maestría en ciencias sociales titulada: Radiografiando la autonomía de los herederos
de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”,
Chetumal, UQROO, 2010, p. 97.
[2] Pablo de
Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”, El País, 13 de septiembre de 2015.
[3] Sergio Ocampo Arista,
“Comunidades de Guerrero, convertidas en pueblos fantasmas por la ola de
violencia”, La Jornada, 20 de mayo de
2015.
[4] “Querétaro es el
'tigre' mexicano. Su economía crece a tasas muy superiores a la nacional”, Arena
Pública, 10 de agosto de 2015.
[5] La
influencia de la geografía en las sociedades es un tema caro para la geografía
histórica, planteada magistralmente por Fernand Braudel. Aguirre Rojas,
siguiendo estas ideas, describe tres Méxicos existentes en el Estado mexicano
actual. Véase Carlos Aguirre Rojas, Contrahistoria
de la Revolución mexicana, México, Facultad de Historia de la Universidad
Michoacana, 2011, pp. 13-34,
[6] Pablo de
Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”, El País, 13 de septiembre de 2015.
[7] Cfr. Miguel Alberto Bartolomé, Procesos interculturales.
Antropología del pluralismo cultural en América Latina, México,
Siglo XXI, 2008; Claudio Lomnitz, “La etnografía y el futuro de la antropología
en México”, Revista Nexos, 14 de
noviembre de 2014.
[8] Cfr. Pedro Bracamonte y Sosa, Gabriela Solís y Jesús Lizama, Un mundo que desaparece: estudio sobre la
región maya peninsular, México, CIESAS, 2011.
[9]Alfonso Villa Rojas, Los elegidos de Dios.
Etnografía de los mayas de Quintana Roo, México,
INI, 1987.
[10] Gilberto Avilez, Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz
Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”, Chetumal, UQROO,
2010.
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