Son días de finados.
Ya se siente en el aire.
El olor inconfundible
de estos santos días
recorre las calles del pueblo.
Son los muertos que regresan
nuestros muertos,
más vivos que nosotros,
al caminar, guiados por las velas prendidas
en las calles,
dejan tras su paso
el sabor
de sus gratos recuerdos.
Huele a finados, decía mi abuelo
y mi abuelo me enseñó a oler los finados.
En el silencio que me dan estos días,
le respondo desde un más acá lejano:
Huele a ti, abuelo,
huele a ti, padre mío.
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