Sala de consulta del Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY), Mérida.
La historia es una ciencia
hermenéutica y de los documentos (escritos, orales, materiales) del pasado que
se acuesta, lasciva, todos los días con el arte. Y hablo y me refiero a la
historia exigente, la bien escrita y bien vestida y bien maquillada; y no me
refiero a ese tipo de historia de mercado endogámico y academicista que confecciona gente que ni sabe escribir, y menos leer como se debe.
En
ese sentido, la tradición positivista, metahistórica, cultural, social, o no se
qué diablos de giros lingüísticos o arrejuntamientos con la antropología, me da
harta flojera siquiera discutirlas: uno que viene de una formación distinta de
licenciatura a doctorado, y que ha pasado por textos jurídicos, literarios,
sociológicos, políticos, filosóficos, teológicos, antropológicos e históricos,
se siente como si nada en el reino de la multisdiciplinariedad y la complejidad
del pensamiento.
¿Quieres
hacer historia, entrar al taller del historiador? Curtis, hace mucho tiempo,
conjuntó a una serie de investigadores y lo que sacó en conclusión, fue el
contra-método feyerabendiano de la mayoría de ellos (recientemente, la doctora
Laura Machuca, del CIESAS Peninsular, hizo otro tanto para investigadores
mexicanos).
De
hecho, el único método que yo recomiendo, es atiborrarte de lecturas sobre tu
tema, devastar bibliotecas y archivos, estar ahí maratónicamente en las horas
nalga de bibliotecas y archivos, pues los archivos, los documentos, etc., como me
dijo una gran investigadora meridana, te irán llevando a un paisaje que se irá
constantemente formando, primero en tu cerebro, y luego en el lienzo que irás
confeccionado. Como dijo Jan de Vos, el primer deber del historiador es
interrogar a las fuentes.
No
creo en metodologías, pero este no creer en ellas (considero que el propio
historiador, si es exigente, estructurará su propio método, un método que a él
y sólo a él le corresponda explotar, de ahí que la escritura de la historia se
haga difícil hasta cartografiarla, porque en el dominio de la historia el azar y
la suerte juegan o en contra o a favor del historiador)no implica que, desde
luego no tendremos que conocerlas (vale la pena releer constantemente a Carr, a Curtis, a Bloch, a González, a Tenorio Trillo, a Francois Dosse y su historia en migajas, a Ginzburg, a Burke y tantos otros teóricos). Considero que la formación del historiador siempre
debe tender a esa exigencia “todista” que don Luis González recomendaba.
Todista y, desde luego, un lector de literatura para que la maquinaria
escritural se vaya aceitando todos los días.
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