viernes, 4 de diciembre de 2015

Epitafio para una biblioteca chetumaleña

La Rojo, Chetumal, Quintana Roo.

"Me habitué a trabajar en las bibliotecas desde mis años universitarios y en todos los lugares donde he vivido he procurado hacerlo, de tal modo que, en mi memoria, los recuerdos de los países y las ciudades están en buena medida determinados por las imágenes y anécdotas que conservo de ellas”. Mario Vargas Llosa. [1]

Como Vargas Llosa, yo igual he tenido una cercanía muy estrecha, casi íntima, con algunas bibliotecas públicas a lo largo de más de una década. En un momento que no tenía ni para comprarme un libro, que eran los años de estudiante de derecho, la biblioteca pública fungió –y aquí recuerdo a Pedro Henríquez Ureña, que pensaba lo mismo- como mi biblioteca personal, aparte de que me dio momentos de tranquilidad, alejado del tráfico de la vulgaridad de la vida cotidiana y el molesto ruido acezante de las calles. Y es que los que no conocen bien a bien las funciones sociales, culturales y hasta amorosas de las bibliotecas públicas, nunca sabrán que estos recintos del saber son el mejor lugar para ligar a las mujeres más inteligentes del tórrido trópico, y no en el consabido bar de la esquina, ni asistir a una fiesta guarra, o estar en medio de una cacaraqueante y apestosa discoteca, repleta de humo de cigarros, ruido y música barata.
Además, siempre estará la presencia femenina en ellas. Uno se jacta de decir, que siempre ha sido el favorito de todas las bibliotecarias de los tres rumbos de la Península: sean gordas, flacas, bonitas, feas, jóvenes o milf rompedoras de hamacas, a uno siempre lo han tratado con cariño, a veces hubo flirteos que, para mi mala fortuna, no pasaron el umbral de la puerta de calle. De que me entiendo mejor con las bibliotecarias, lo pueden decir la legión que me recuerda.
A los bibliotecarios los he tratado con desdén y suspicacia, no es fácil de que me abra a la confianza de ellos, pero se ha dado casos de que he conocido algunos amigos entrañables. Sin embargo, recuerdo que Borges, figurándose el paraíso como una especie de biblioteca infinita,  fue ese bibliotecario inmortal, ciudadano y sumo pontífice permanente de la ciudad de los libros, dados a unos ojos sin luz y que sólo podía leer en la biblioteca de los sueños, y que desde el alba hasta el crepúsculo, fatigaba “sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega”.
No exagero si digo que toda mi formación o deformación cultural, lo he aprendido, no en las aulas universitarias, sino en las bibliotecas públicas o semi públicas.[2] En un anterior artículo, he hecho un elogio de las bibliotecas públicas:

Tengo que reconocer, y dar gracias, a la idea de la red de bibliotecas públicas, cuyo fermento comenzó desde los inicios de la Revolución mexicana;[3] tengo que reconocer que mi formación, con fallas, ripios y todo, se debe a que yo sí que le creí a don Juan José Arreola (el autodidacta perfecto), e hice mío la certeza del “pensador inglés” (hasta ahora, no sé quien fue ese “pensador inglés” que señalaban las introducciones de los libros de la editorial Océano que llenaba un estante completo de la biblioteca de mi pueblo), y que decía que “la verdadera Universidad hoy día son los libros”. Luego, cuando supe que Saramago no terminó ni su primaria y que nunca estudió para historiador o para “profesor de literatura” o para antropólogo o abogado, etc., etc., y que se la pasaba todos los días, después de salir del trabajo, encerrado en la biblioteca pública de Lisboa leyendo sin un sistema definido estantes y estantes de libros, supe que mi vocación -y mi profesión- sería la de lector. Me defino, no como "historiador", y menos como "abogado", pero sí como un lector que lee con seriedad lo que le pongan enfrente. Me declaro lector en vez de historiador. Antes que nada, y después de todo, soy y seguiré siendo lector, mi oficio es el oficio más viejo del mundo (los primitivos hombres ya leían sus mitos, ya contaban sus historias alrededor del fuego, ya escudriñaban las estrellas).[4]

Actualmente, la RENABIP, una de las más grandes de Latinoamérica, cuenta con 31 redes estatales y 16 redes delegacionales, con un número de 7,365 bibliotecas públicas en todo el país, que ofertan el acceso a la información, el conocimiento, las tecnologías de la información y la cultura, a un universo de 30 millones de usuarios. Los saldos de más de treinta años de existencia de la RENABIP dejan mucho que desear: no somos ni de lejos un país de lectores, las cifras de bibliotecas en el país no dicen mucho, en varios municipios –y más si hablamos de municipios indígenas o con fuerte presencia indígena, como ocurre en buena parte de los municipios de Yucatán[5]- no se ven más que como elementos decorativos,  no se logra todavía concebir a la biblioteca pública como un elemento importante y un almácigo para la formación de ciudadanos cultos y libres, tenemos serios problemas en comprensión lectora y escritural en todos los niveles educativos, y buena parte de las 7,365 bibliotecas de la RENABIP se encuentran prácticamente en el olvido.[6]
Sin embargo, hay sus excepciones: recuerdo que en secundaria fui por primera vez a la hoy extinta biblioteca de mi pueblo. No sabía que iniciaba una formación lectora, sin más método que el de mis pocas luces me dieran a entender. Y la formación autodidacta, mis lecturas sin un sistema definido, la voraz e incurable enfermedad por saber, por leerlo todo, por discutirlo todo, por entenderlo todo, se dio en el silencio que me concedía la biblioteca pública de mi pueblo.
Desde aquella biblioteca de pueblo en el sur de Yucatán, y que debido a la acechanza de los bárbaros, no existe actualmente, donde comencé a leer a los clásicos de la literatura latinoamericana; hasta el enamoramiento profundo que sentí por la biblioteca Santiago Pacheco Cruz, de mi alma máter, la UQROO, y la biblioteca pública central de Quintana Roo, Javier Rojo Gómez, “la Rojo”, de Chetumal, en donde a lo largo de más de 5 años, fui un asiduo lector de literatura, ciencia política, derecho, historia, poesía, antropología y hasta arqueología, y un mucho de filosofía, y otro tanto de teología, mi formación siempre ha sido la de un autodidacta perdido en los arrabales de las bibliotecas públicas.
En mis años de estudiante, desde las 12 del día en adelante, o, cuando me decidía a no asistir a las aburridas clases de derecho –que ocurría en infinidad de ocasiones y por cualquier pretexto-, desde temprano, recordando al Borges de mis lecturas, yo me afanaba por los laberintos de estantes de la Rojo Gómez, y fatigaba sin rumbo los confines de esa honda y setentera biblioteca chetumaleña:

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías
símbolos, cosmos y cosmogonías,
brindan los muros, pero inútilmente.

Ahí aprendí a leer, leía con terquedad, aprendía palabras, intentaba hacerlas chillar, comencé a tener la manía de apuntarlo todo en unas libretas de pasta francesa, que con el tiempo nombré como carpetas de apuntes: desde frases que me gustaban, palabras que desconocía, e ideas y bocetos de cuentos o situaciones que se me ocurrían. Tengo, en mi archivo personal, más de 10 carpetas de apuntes de mi paso silencioso como “usuario” de la Rojo Gómez. No dudo en decir que yo soy egresado de la biblioteca Javier Rojo Gómez de Chetumal, así como de la Santiago Pacheco Cruz, de la UQROO.
            Por eso me sorprendió, y, al principio, me causó hondo pesar, leer que la biblioteca Javier Rojo Gómez, uno de mis símbolos con los cuales me defino con la extraña identidad de chetumaleño, fue cerrada por decisión de la subsecretaría de Cultura de la SEyC, después de un peritaje donde se comprobó una pérdida incuantificable tanto en el inmueble como en el acervo cultural, producido por las pasadas lluvias de octubre de 2015, las cuales literalmente inundaron a Chetumal. En su portal que dirige, Javier Chávez Ataxca escribió un conmovedor alegato, fustigando la dejadez de las autoridades culturales de Quintana Roo, a las cuales, al parecer, les importa nada la cultura y la historia de ese estado, aunque el cronista vitalicio de Chetumal, el siempre complaciente Nachito, aplauda como foca que la biblioteca sea removida a un cuchitril, y como muchos chetumaleños, no logre ver que el daño sufrido por el inmueble se debe, no a las infaltables lluvias de octubre, sino a la incuria y filisteísmo del gobierno borgista, y de anteriores gobiernos, que tal vez consideran a la lectura y su fomento como asunto menor para formar plenos ciudadanos. No por nada, Chetumal está maniatado por una rancia “aristocracia de la hamaca”, y por una sociedad burocratizada, que sigue votando por un partido no obstante las pésimas administraciones que ha tenido.
Un edificio con más de 40 años de antigüedad, y  que lleva el nombre de un insigne gobernador del otrora Territorio de Quintana Roo, representa toda una historia, un mar de recuerdos, y un patrimonio cultural para los quintanarroenses. Sería fácil acusar a las lluvias, al mal tiempo, a los años que no perdonan nada, pero todos sabemos que los daños que abundan como la peste en ese edificio, tiene un solo responsable, un solo culpable: el filisteísmo y la politiquería barata y palustre de gobiernos autoritarios a los que la cultura sólo les sirve de relumbrón y mascarada. Al principio, por la prensa se dijo que el peritaje arrojó pérdida total, y que el edificio, o se derrumbaba, o se caí en pedazos.
Ahora, los ladradores oficiales salen con la noticia de que la Rojo Gómez todavía resiste unos añitos, y esto tal vez se deba a que las autoridades actuales de ese estado, saben que si ese edificio se derrumba, dejaría a las claras, y de forma prístina e inequívoca, la tremenda irresponsabilidad y el poco compromiso con los recintos culturales de los chetumaleños (y aquí no sé cómo está el Museo de la Ciudad, cerrado hasta nuevo aviso; la Casa de la Crónica hiede a tiempo viejo y clausurado, el Museo del Faro es una novedad que debemos cuidar y mejorar, y el Museo de la Cultura Maya tal vez respira como si tuviera piedritas en los pulmones). Rehabilitarse o no, las palabras del editorialista de Periodistas Quintana Roo son las más cuerdas que hasta ahora he leído sobre el histórico edificio que albergaba la Biblioteca Javier Rojo Gómez:

En los hechos, la histórica biblioteca dejó de ser una prioridad desde hace muchos años para las autoridades que la dejaron en completo abandono, hundida en su agonía. No se invirtió en el cuidado del edificio, a pesar de que su casi medio siglo de vida le provocaba achaques constantes. Tampoco se destinaron recursos para actualizar su acervo bibliográfico y digital, lo que provocó su decadencia. Como resultado, en sus últimos años de vida la biblioteca central de Chetumal se convirtió en un lugar sombrío y fantasmal, pues los pocos estudiantes que la visitaban empezaron a emigrar a mejores opciones, como son las bibliotecas de la Universidad de Quintana Roo y del Instituto Tecnológico de Chetumal, más actualizadas y con más recursos. El cierre de la histórica biblioteca es doloroso para muchas generaciones de chetumaleños, que una vez más contemplan como parte de la historia de esta capital es borrada sin chistar.[7]

La duda que a uno le atrapa de todo esto, es saber hasta cuándo la rehabilitación comenzará, y cuál es el plazo para terminarlo: ¿un sexenio, o primero se rehabilitará el adefesio anti ecológico que infecta la bahía de Chetumal, obra criminal del criminal Sebastián? Como lector, bibliómano y bibliófilo, si estuviera viviendo en Chetumal, desde luego que el cierre temporal, no definitivo, etcétera, de la biblioteca, me afectaría, me jodería los días, me desbarataría las rutinas. Una voz autorizada de Chetumal, preguntándole su parecer sobre la grave crisis que ocurre a nivel nacional con las bibliotecas públicas, me señaló que no sólo se debería restringir a “rehabilitar” el edificio, sino que se debe modernizar y de acuerdo con los nuevos estándares de la ciencia bibliotecológica, así como contratar gente especializada que atienda a los usuarios, y pagar lo justo a los bibliotecarios: “una biblioteca pública bien puesta –me comentaba- es lo menos que merece una población”. Y esto, cuando en el área de Chetumal, sólo existen tres bibliotecas públicas (sin contar las del Instituto Tecnológico de Chetumal y la de la UQROO) para una población de alrededor de 158,000 habitantes que cuenta Chetumal y Calderitas: una por cada 52,666 habitantes. La Red de Bibliotecas Públicas de Quintana Roo, desde luego, es muy pequeña y pobre, y no se compara con otras redes estatales como las del bajío, incluso con las de Yucatán.
            La Rojo Gómez, nuestra biblioteca, no merece un epitafio, merece otro gobierno, menos filisteo y al cual tanto la cultura como la historia de Chetumal no le importe un comino.





[1] Mario Vargas Llosa, El lenguaje de la pasión, Aguilar, México, pp. 188-89.
[2] Me refiero, a las bibliotecas de las universidades y centros de investigación por las que he pasado, como las bibliotecas de la UQROO, de la UADY, y del CIESAS. Igualmente, hay que reconocer a la magnífica Biblioteca Yucatanense, especializada en documentos y textos de la historia regional de la Península.
[3] Aunque como Red Nacional de Bibliotecas Públicas (RENABIP) se gestó en el plan sexenal de 1982-1988, constituyéndose en 1983. En 1988 se promulgó la Ley General de Bibliotecas.
[4] Gilberto Avilez Tax, “Elogio de las bibliotecas públicas”. Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, 23 de julio de 2012.
[5] Véase mi artículo donde hice eco de la imbecilidad aldeana de un pueblo yucateco donde se quemó una biblioteca pública sin que nadie haya protestado: Gilberto Avilez Tax, “Carta abierta de un bibliófilo y un bibliómano: ‘En esa biblioteca de pueblo han entrado los bárbaros’”, en Desde la Península…y las inmediaciones de mi hamaca, 10 de febrero de 2014, http://gilbertoavilez.blogspot.mx/2014/02/carta-abierta-de-un-bibliofilo-y-un.html
[6] Cfr. el artículo “30 años de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas  y el acceso a la Información en México (1ª parte)”, 21 de agosto de 2015, en http://www.infotecarios.com/30-anos-de-la-rnbp-1a-parte/. “En el olvido bibliotecas públicas del país; en el DF, una por cada tres cantinas”, 23 de junio de 2015, en: http://www5.diputados.gob.mx/index.php/esl/Comunicacion/Boletines/2015/Junio/23/5730-En-el-olvido-bibliotecas-publicas-del-pais-en-el-DF-una-por-cada-tres-cantinas
[7]Adiós a histórica biblioteca”, en Periodistas Quintana Roo,

2 comentarios:

  1. Interesante artículo sin duda, que destaca la importancia de las bibliotecas en la sociedad.

    Sin embargo, considero debes realizar una aclaración, en lo que a un servidor se refiere, debido a que no se en que fuente te basaste para afirmar mi postura respecto a la intención que existió por cerrar definitivamente tan emblemático edificio por haber resentido daños en su estructura por las copiosas lluvias registradas en octubre pasado. Simple intención, porque afortundamente el dia 1 de diciembre del presente, el titular de la Secretaría de Educación y Cultura, mediante comunicado oficial, anunció la rehabilitación de tan representativo edificio que desde 1983 se encuentra en ese lugar.

    A través de conocida red social, externé mi oinión al respecto, la cual reproduzco textualmente para tu debido conocimiento:

    "ATINADA DECISIÓN

    Así como expresamos nuestras inconformidades en forma civilizada y siempre en un sentido propositivo y de reflexión, también tenemos la obligación de reconocer las acciones positivas.

    Sirva este preámbulo, para manifestar mi beneplácito por la atinada decisión del Ejecutivo Estatal y la autoridad educativa, por rehabilitar el segundo local que en la actualidad alberga a la Biblioteca Central "Javier Rojo Gómez", afectada en su estructura por los efectos de la onda tropical número 44 que resintió la capital.

    No sólo es un edificio emblemático, sino uno de los primeros logros del autogobierno, recordemos fue inaugurada hace 40 años por Jesús Martínez Ross, un 24 de noviembre de 1975, para ser más precisos después de haber rendido su informe de labores, en un local ubicado en la Avenida Efraín Aguilar y posteriormente trasladada por Pedro Joaquín Coldwell a su actual ubicación el 23 de marzo de 1983.

    Nunca hay que olvidar que son espacios culturales imprescindibles en la sociedad; corresponderá a los maestros retomar y sobre todo analizar las estrategias de aprendizaje de los educandos en lo que a investigación y fomento a la lectura se refiere. No hay nada como hojear un libro."

    Por consiguiente, solicito aclares el artículo de tu autoría, al menos en lo que a un servidor atañe. No soy foca, como señalas, siempre he sido propositivo y crítico sobre algunas acciones realizadas por el gobierno en temas de historia y cultura, cuando no existe congruencia o justificante alguno, siempre en forma civilizada y propositiva, mas no denostativa, no soy partidario de la lisonja. Tan es así, que meses atrás publiqué un artículo sobre los antecedentes bibliotecarios en la ciudad, haciendo incapié precisamente en la preservación y conservación del edificio, empezando por devolverle el color original.

    Agradezco hayas mencionado a la "Casa de la Crónica", un anexo histórico aún en pie y en funcionamiento, a pesar de muchas carencias. Ojalá motve a las autoridades a canalizar recursos para su mantenimiento.

    Un saludo.

    Ignacio A. Herrera Muñoz
    Cronista de Chetumal, Quintana Roo

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  2. Quise decir "Hincapié". Fe de erratas.

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