viernes, 4 de diciembre de 2015

Los otros Zacapoaxtlas

Busto en bronce del general cruzoob, Bernardino Cen. Museo de la Guerra de Castas, Tihosuco.


Si los indios de Zacapoaxtla y los de Tetela y Xochiapulco le hicieren frente al mejor ejército del mundo, el de los zuavos, propinándoles estrepitosa derrota el 5 de mayo de 1862, en otra tierra, en otro sol y en otra geografía, en la Península, el infatigable general de Santa Cruz, Crescencio Poot, mantuvo a raya a los ejércitos que había mandado el Emperador de la mochiza meridana a combatir y querer derrotar a los hijos de la Cruz Parlante. En un apartado de mi tesis doctoral, escribo lo siguiente:
Contrario a los mayas pacíficos, que negociaron su autonomía con Maximiliano como antes lo habían hecho con los yucatecos desde 1852, los de Santa Cruz, o cruzoob bravos, responderían con pólvora ante las insinuaciones de los imperialistas:

Los cruzoob bravos alcanzaron su más importante cuota de autonomía y beligerancia durante el segundo Imperio. Juntaron alrededor de cuatro mil soldados, algunos dotados de buen equipo bélico, que adquirirían en la colonia británica. De la misma forma como los regímenes que le precedieron y que le seguirían, el de Maximiliano no declinó en su intento por liquidar a los bravos. Pero, como siempre, las campañas gubernamentales no rindieron el fruto deseado (Falcón, México Descalzo, 2002, pp. 213-214).

Los esfuerzos militares del comisario imperial en Yuctán, José Salazar Ilarregui, y del coronel Felipe Navarrete y hasta del que escribió la novela racista Cecilio Chi y compuso un tratado sobre la Guerra de Castas, Severo del Castillo, así como de generales vallisoletanos como Daniel Traconis y Francisco Cantón, se toparían con una nueva estructura de poder maya con alta experiencia militar –la dupla Crescencio Poot-Bernardino Cen, entre otros-, y con más de una generación de mayas adiestrados en el arte de la guerra, los cuales llegaron hasta a soliviantar a los que en 1852 habían firmado la paz con Yucatán, los llamados “pacíficos del sur”, complicando la campaña para los imperialistas.
Entre febrero de 1865 y mediados de 1866, el imperio de Maximiliano mandó a sus tropas a Yucatán para –palabras de Maximiliano- terminar con el “estado verdaderamente escandaloso” en el que la Guerra de Castas había subsumido a la Península. Una comisión de generales austriacos – como “aves de paso” se refirió Reed de ellos-, el comisario imperial y los generales imperialistas yucatecos, propusieron como estrategia para acabar la resistencia de los de Chan Santa Cruz, mantener el acuerdo de paz con los mayas pacíficos de Icaiché, exhortando también a los cruzoob mediante la proclama en maya y español ya apuntada, a avenirse al Imperio. Recordemos que en noviembre de 1864, el representante de Maximiliano en Mérida, José Salazar Ilarregui, se dirigía con estas palabras a los “jefes y habitantes de Chan Santa Cruz y otras poblaciones anexas”, apelando a una rancia tradición de “conquista”:

“A ustedes, descendientes de los antiguos habitantes de esta Península y súbditos del gran monarca y Emperador Carlos V, a ustedes me dirijo para hacerles saber que un Príncipe ilustre en todo el mundo y tan poderoso como bueno, el Emperador Maximiliano, desciende de ese gran Emperador Carlos V, soberano de sus antepasados hace trescientos años, es quien ahora gobierna la gran Nación Mexicana”.


Ilarregui externaba que la lucha que libraban los de Santa Cruz con los yucatecos ya no tendría razón de ser, porque para el paternal Maximiliano, tanto yucatecos como cruzoob eran para él iguales, sus “hijos”. Maximiliano les ofrecía “la paz”, pero que si no quisieran ésta, los de Santa Cruz serían “culpables de todos los males que vengan de la guerra, y Dios les castigará a ustedes, a sus hijos y a sus nietos” (Quintal Martín, 1992: 121).

Estas palabras, sin duda tenían una veta habsbúrgica, y recordaba el inefable “requerimiento” de tiempos de la conquista. Los jefes rebeldes –Bonifacio Novelo, Crescencio Poot y Bernardino Cen- obviamente que estarían a favor de la guerra, porque Maximiliano no era su rey sino el de los yucatecos y mexicanos imperialistas, como recordaría Crescencio Poot en 1869.
Desde luego, la campaña seguiría contra el bastión de la resistencia maya. Para mediados de 1866, Traconis se trasladó a Tihosuco para defender la plaza y fortalecerla, pero en ella quedó aislado por los cruzoob desde el 3 de agosto, sin ser ayudado por las tropas imperiales del general Francisco Cantón, derrotado en las trincheras de Majas por Crescencio Poot. 30 días los yucatecos estuvieron a la espera de recibir alguna ayuda del exterior, comiendo hasta gatos, perros y suelas de sus botas para sobrevivir al sitio de Tihosuco, y esta ayuda fue cortada por las patrullas de los soldados de la Cruz Parlante; y sólo cuando estos decidieron, por voluntad propia, abandonar el sitio defendido por unas tropas yucatecas abastecidas apenas por una columna de soldados que lograron colarse hasta Tihosuco para engrosar las filas de Traconis, fue cuando esta pírrica defensa numantina del bando de la “civilización” fue considerada por los yucatecos “como uno de los triunfos más importantes de la contienda”. Traconis, que sólo pudo aguantar y aguantar sin poder golpear a las huestes de Poot que habían sitiado a Tihosuco, fue recibido, junto con su guarnición, casi en calidad de héroe, haciéndoles fiestas, saraos, desfiles, discursos engolados y composiciones.
Las buenas albricias de una “victoria” de los yucatecos serían palabras al viento, pues la guerra seguiría por nuevos rumbos, y Tihosuco, plaza defendida a pólvora por las huestes de Traconis atrincheradas a cal y canto, fue totalmente destruido,36 y poco tiempo después sería abandonado y el frente de guerra se trasladaría a Peto.  Años de batallar contra los soldados de la “civilización yucateca”, habían transformado a aquellos campesinos en unos soldados experimentados que sabían a la perfección el oficio del guerrero (o en su caso, del guerrillero). El 1 de julio de 1869, una alocución de los de Chan Santa Cruz, dictada tal vez por Crescencio Poot desde el pueblo de Tibolón, cercano a Peto, vaticinaría la ola de terror que se iniciaría en el Partido de Peto en la década de 1870:

Hoy me hallo en este pueblo con los leales á nuestro padre á pelear con los que quieran, pues á esto estamos; todo el que caiga en acción de guerra morirá; el que se presente entre nosotros en paz, lo recibiremos gustosos. Hoy han venido a querernos espantar y han quedado escarmentados, como lo tienen a la vista. Nosotros no solo peleamos con el Gobierno, sino hasta con el Rey de Vdes; somos soldados de nuestra Santísima Cruz y de las Tres Personas, á quienes respetamos y veneramos…No pedimos prestado, tenemos tropas, parque para quemar á todos Vdes; hasta para diez años. Pronto iremos á quemar á Mérida…Si el Gobierno no tiene parque, que me pida y le daré dos ó trescientas mil cajas, y obuses y granadas, lo que quiera le daré; que no se moleste en pedir ayuda á México; ya ven que nosotros no pedimos á nadie. Vdes. lo sentirán prepararse y verán si no es así. Mérida va á caer y todo Yucatán será nuestro; pero que no se sacrifique á los tontos; que salga el encargado del gobierno á pelear personalmente conmigo; si viniesen tres ó cuatroscientos hombres bastarán mis asistentes para cogerlos, que vengan como hombres y verán que lo que digo no es una mera bravata sino que es la verdad.



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